Aquella mañana, sin darse cuenta, todo había comenzado. El pálido sol de otoño entraba tímidamente bañando de luz su espalda, mientras su cabeza que reposaban de lado, él la tapo con mucho cuidado de no despertarla. Luego, miró hacia la mesa de luz y vio su libro favorito. No supo cómo había llegado hasta ahí, no recordaba lo que había pasado aquella noche. La casa empezó a cambiar, las cosas no se encontraban en el lugar de siempre. Por un instante el caos pintó las paredes, cubrió los pisos, llegó hasta el techo, y reposó pesadamente. Numerosos objetos empezaron a aparecer por toda la casa. Un cepillo de dientes extraño en el baño. El reloj en comedor. Las pantuflas al costado de la cama. Un cuadro espantoso colgaba en la cocina. Al entrar, luego de un pesado día laboral, su aroma penetrante lo abrazaba y lo inmovilizaba. Comenzaron a aparecer plantas en el jardín, otras dentro de la casa. Macetitas con cactus pequeñitos y otros no tanto reposaban en la ventana. Manteles nuevos, bordados a mano o algún utensilio de cocina que jamás había visto. La casa se llenó de vida, aparecieron cachorros en el jardín jugando con el aspersor mientras este regala el césped. Brotaron flores preciosas, se plantaron árboles. Por las noches se encendían luces que iluminaban todo el barrio. El espejo del baño cambió su reflejo y por suave letargo la vida se volvió más brillante y cálida. El caos empezaba a tomar forma y las temporadas iban transcurriendo, fluía con normalidad. Hasta que un día, una sombra se hizo presente. Estaba parada en la cocina. Inmóvil, incomoda, persistente. Al encender la luz, parecía desaparecer, pero su aura siempre estaba. Se podía sentir cómo si fuese una lúgubre niebla en el pantano. Los rostros comenzaron a deformarse. El reloj de la cocina se detuvo. Los objetos desaparecían. De aquel libro solo quedaban unas hojas sueltas en blanco. En el jardín, las plantas salieron corriendo y los árboles se incendiaron. Los cachorros que jugaban alegremente se transformaron en bestias hambrientas, aparecieron restos de cadáveres: cráneos y extremidades mutiladas en descomposición. Había gusanos en la comida, y moscas salían de la cañería. El espejo del baño se volvió de madera. Todo se llenó de herrumbre, de olores descompuestos y de palabras rotas. Solo le bastó con la suave brisa de una mañana de invierno para arrasar con todo. Solamente queda un paisaje en ruinas.
Bajo la lupa y otros relatos del Inspector Marechal
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